Primero sientes el deseo, sin saber muy bien si es porque lo quieres hacer realmente o porque todas las señales que parecen llegarte van en esa dirección.
Entonces empiezas a leer y a formarte hasta que la idea acaba germinando, echando raíces en tu cabeza. Y te obsesionas, porque ya has decidido (aunque tal vez ni siquiera seas consciente de ello) que eso es lo que va a arreglar el resto de tus problemas. Que será lo que te dará esa plenitud constante que tanto ansías.
En este punto te preparas con todos los medios necesarios. La decisión está tomada; es solo cuestión de tiempo. De encontrar el momento adecuado para que no haya errores posibles y todo esté bajo control.
Pero antes del verano no te sientes preparado, es como muy de golpe. En verano piensas que lo quieres disfrutar porque será el último antes del gran cambio. Luego te replanteas si la idea es la adecuada. Cuando vuelven las ganas no te gusta del todo lo que has montado, y se te empieza a juntar con la entrega de final de año en el trabajo. Total, que o te lanzas a la piscina o nunca sacarás el puto blog que querías.
Ah, y con lo de ser padre, pues más o menos lo mismo.